jueves, 15 de diciembre de 2011

Del confinamiento del uso del lenguaje a la ilocución



La noción de locutor se postula desde la emergencia saussureana de la lingüística como una instancia depositaria de una langue que no le pertenece, y de la que se aleja cada vez que realiza un acto de palabra. Posteriormente, el locutor será proclamado, vía sus derechos innatistas, propietario absoluto del lenguaje; algo relativo, ya que su condición de usuario, locutor tal cual, se idealiza, generaliza y universaliza –negación rotunda. Se encuentra muchas veces en la literatura lingüística el reclamo de un locutor en pleno uso del lenguaje; además de un otro que lo acompañe en su hablar al vacío.

La pragmática se ha propuesto como un campo para reivindicar al primer personaje, e instaurarle, a través de un entorno contextualizado, ese co-participante; la pragmática se interesa por definir los principios que “regulan el uso del lenguaje en la comunicación, es decir, las condiciones que determinan el empleo de enunciados concretos emitidos por hablantes concretos en situaciones comunicativas concretas, y su interpretación por parte de los destinatarios” (Escandell, 2003: 16). Considero que la tentativa de este campo no hace justicia al usuario del lenguaje tal cual, ni a su ahora acompañante, pues persiste una tendencia de confinarlo, mediante la normatividad conversacional, en la misma posición de locución, central y constante, en que ha sido confinado por Saussure y Chomsky. La pragmática es un enfoque ilocutario, en lengua, relacionado exclusivamente con un esquema unívoco de contexto de uso conversacional del lenguaje que, incluso con la postulación del alocutor benvenisteano, no captura la dinámica de la interacción verbal, ni la definición necesariamente equitativa de los sujetos del acto de lenguaje. De modo que, encuentro la propuesta de trabajar con actos de habla, proposiciones o “enunciados” inaplicable al estudio de los productos discursivos sociales, materia prima de un analista del discurso. A continuación señalaré, brevemente, tres puntos de distanciamiento que deben tenerse en cuenta si como investigadores pensamos posicionarnos en el campo interdisciplinario del análisis del discurso.

Un primer aspecto es el reduccionismo sobre el término “enunciado”, y sobre la relación entre el hablante y su destinatario; hechos que  restringen en mucho el aspecto activo del lenguaje. La teoría de los actos de habla, por ejemplo, sugiere que hablar es hacer y que cada enunciado está dotado de una intencionalidad que persigue de algún modo tener alcance sobre un destinatario. Si bien el acto de habla se constituye inherentemente de tres dimensiones, locutiva, ilocutiva y perlocutiva, el término enunciado es entendido ahí como la realización física de una oración en acto locutivo. Supone sí, gracias a su dimensión ilocutiva, un destinatario; pero es un hecho que sólo lo supone, ya que no necesariamente el enunciado, ni su fuerza ilocutiva, terminan en el destinatario (sólo se tiene la intención). Es posible sí, que la perlocución ocurra. A pesar de ello, ésta tampoco determina por sí misma ninguna clase de interacción comunicativa. Así que, suponiendo incluso que las condiciones de realización del enunciado fueran las adecuadas y éste resultara afortunado, entonces ahí mismo se cumpliría la teoría y todo terminaría porque no se plantea en ningún modo alguna operación “burbuja”, que como en los video juegos permita ‘continuar jugando’ (volver a empezar). Operación que además tiene la fortuna de que no se pierden los puntos ganados; es decir, no se recomienza el juego, sino que se está continuando (recuerdos de mis días de estudiante informático). Los actos de habla no pueden tener puntos previos, ni acumular puntos. Los enunciados no tienen continuidad. Cada vez que se genera un enunciado, éste emergerá de un hablante dentro de un contexto estético, fotográfico, donde se bautiza un barco o se abre una sesión de un juicio (presuponemos que por ahí anda el destinatario). Al mantener la constante de una instancia de locución que concreta acústicamente oraciones independientes adecuadas a una situación comunicativa, la teoría de los actos de habla se halla confinada a actos de habla individuales. Siendo que la comunicación es una actividad de co-elaboración en la marcha donde los participantes operan interactuando entre diferentes actos constitutivos, y entre el discurso y diferentes contextos (Bajtín 1976; Macovsky 1997).

Resulta de este señalamiento un segundo aspecto que refiere al carácter unidireccional y mecanicista del uso del lenguaje. Un hecho que sugiere preguntarse qué debe entenderse por “el uso del lenguaje en la comunicación”. Dentro del análisis del discurso y la comunicación, al adentrarse en el funcionamiento del lenguaje, es de rigor lingüístico mencionar el trabajo de Jackobson (1960) sobre las funciones del lenguaje, en el cual descentraliza al emisor y lo convierte en uno de los puntos suceptibles hacia el cual el enunciado puede focalizarse (puntos donde le concede además terreno a la figura del destinatario). Sin embargo, es Benveniste quien, superando la dicotomía saussureana langue/parole, introduce una tercera categoría donde el lenguaje se plantea en su aspecto activo: el discurso (hay quienes señalan a Bally (1932). Los enunciados del discurso no son ni oraciones (langue), ni actos de habla (parole), sino actos enunciativos que emergen porque el locutor se apropia de la lengua y la pone en uso, implantando inherentemente ante él un tú alocutor. A saber, cuando un individuo habilita la palabra lo hace dirigiéndose ante una instancia alocutoria, el tú (Benveniste, 1977: t.I, p.175). La propuesta de Benveniste deja ver que, si bien los participantes se definen por una aparente simetría, la interlocución no resulta equitativa ya que una vez actualizada la instancia enunciativa emerge un nuevo sujeto enunciativo yo y por ende una nueva configuración de los demás indicadores deícticos: alocutor, tiempo, espacio, modos, etc.


      “Acontece una cosa singular, muy sencilla e infinitamente importante que logra lo que parecía lógicamente imposible: la temporalidad que es mía cuando ordena mi discurso es aceptada del todo como suya por mi interlocutor. Mi “hoy” se convierte en su “hoy”, aunque no lo haya instaurado en su propio discurso, y mi “ayer” en su “ayer” (Benveniste 1977: t. II, p.79)

Una interacción conversacional, que es la base del uso del lenguaje, no se concreta aquí pues, al fin y al cabo, la lengua sólo posee un sistema de alineación para los indicadores de referencias deícticas: la posición de locutor. Bajo este sentido la instancia de discurso representa tan sólo la evidencia más objetiva de la subjetividad de los usuarios del lenguaje y de su inscripción en sus propios enunciados. Pero al tratar la dimensión de esa individualidad actualizada en la instancia de discurso, el autor está proponiendo que la subjetividad, en tanto que es lenguaje en uso, está fundamentada sobre todo en la condición de alocución; es decir, en la relación establecida dentro de este marco donde el sujeto se define como “ego”. El uso activo del lenguaje se encuentra reducido por Benveniste al yo performativo de Austin, regresando con ello a la función constante de la ilocutividad, donde la polaridad de las personas “tal es en el lenguaje la condición fundamental, de la que el proceso de comunicación, que nos sirvió de punto de partida, no pasa de ser una consecuencia del todo pragmática.” (Benveniste, 1977: t.I, p. 181). Es permisible observar en la oposición locutor/alocutor al menos una consecución temporal, pero es un hecho que no se rompe con la lingüística de la locución, del acto de habla individual.

Un último punto que señalaré es acerca de las limitaciones que encuentro sobre los “principios que regula el uso del lenguaje en la comunicación” (sigo tomando la cita de Escandell), los cuales no pueden ser llevados a una dimensión real del uso del lenguaje, la cual es caótica y se desarrolla en una serie de actos que se constituyen en una base dialógica pluridireccional. El problema se prescribe nuevamente desde la teoría de los actos de habla y el planteamiento del hablante que es construido como en su individualidad como un ente que procesa información por pasos, a saber en vistas de proponer la universalidad de una función ilocucionaria (teoría de la relevancia). Si bien se pretende tratar los actos de habla en “contexto”, la tendencia no concibe que esos actos sean constitutivos de cuerpos discursivos mayores y contextos de significación mayores; como puede ser el caso de una noticia en prensa -corpus con el cual trabajo en mi actual investigación de maestría. La noticia, es un hecho, representa un uso del lenguaje irreducible a actos de habla porque en su totalidad es un cuerpo que responde a una lógica de comunicación diferida donde los significados no se corresponden con intenciones particulares de hablantes u oraciones individuales (posiblemente ni la lógica de la conversación cara a cara se aproxima a eso). Cada fragmento discursivo en la noticia es una acción de significado que definirá una actividad compleja, que es sobre todo colectiva y estructurada por niveles de contextualización y significación. El texto informativo no puede quedarse en un nivel de intencionalidad epistémica o racional bajo ningún principio de cooperación griceano o de otro tipo, pues en sí el uso del lenguaje está determinado por la actividad global de la información. Así por ejemplo, Charaudeau (2006) señala que la finalidad de la noticia es “hacer-saber”, y ese but (propósito) no se halla en el cuerpo discursivo, sino en el hecho de informar, en el juego complejo de la actividad informativa (esto lo asumo yo).

Un cuerpo discursivo, una noticia en prensa por ejemplo, retiene en sí mismo un fin comunicativo (proyecto, meta o contrato, como sea llamado) que se halla imbricado dentro de la lógica de otros fines comunicativos, e inversamente imbrica los suyos mismos. Puesto que es así, podemos suponer que entonces hay innegablemente niveles de imbricación de los fines comunicativos que funcionan en correlación con niveles de contextualización para generar de igual forma niveles de significación. A este respecto refiero a Bateson (1971) quien, retomando de la teoría de la forma la premisa de la percepción punteada, así como los planteamientos de la teoría de la gestalt, propone que los cuerpos de información se conforman de diversos niveles formales de composición, los cuales guardan una relación de composición interna (entre sus unidades formales) y fractal (entre niveles: tanto respecto a los niveles superiores -unidades mayores/composición, como respecto a los niveles inferiores -unidades menores/descomposición ). En ambos niveles, las posibles significaciones de un flujo de información, y en particular de las unidades de datos que lo componen, sólo pueden ser reducidas por el contexto. Para el autor, el contexto de una unidad dada será la gestalt de la que es parte. Al asumir que las gestalten se estructuran jerárquicamente  implica por consiguiente que cada nivel superior  satisface parcialmente la necesidad de una restricción de significado de las unidades en el nivel inferior. Ahora, si bien cada nivel superior puede hacer tal restricción, no es posible suprimir totalmente la ambigüedad pues siempre es latente la posibilidad de nivel mayor de gestalt. De ello resulta relevante la afirmación que hace el autor en el sentido que un conjunto mayor de datos aumentaría la certeza de una interpretación, pero nunca constituyen una demostración (Bateson, 1987: 132). Siguiendo estos planteamientos, considero que necesariamente el paso de los actos de habla pragmáticos a los actos de discurso conlleva un desplazamiento en el foco del contexto a fin de que se permita pasar de la acción individualidad a la inter-acción; y por tanto de la intencionalidad demostrable a la responsabilidad interpretable, como señala Linell, quien refiere que Durati llega a la misma conclusión (Linell, 1998: 211). Se tendría tal vez que definir, de modo como Bateson define para la noción “contexto” y “significación”, una estructuración de fines por nivelaciones paralelas a las gestlaten, donde posiblemente la intencionalidad austiana estaría en el nivel más bajo (pragmático, duro y lingüístico), y el contrato charaudeaudiano en el nivel más alto (de las esferas de actividad social); todo dentro de un continuum que iría de los puramente contextual-semántico, pasando por el co-texto, etc., y hasta lo contextual situacional. Podría ser. Es quizás una dispersa e incolora propuesta, pero apunta a que se uniría el puente entre una pragmática lingüística de la ilocución y una teoría del uso del lenguaje en interacción viviente.

De momento reafirmo lo dicho, encuentro que la pragmática no hace justicia ni al locutor tal cual, ni a su ahora acompañante en lo que el uso del lenguaje conlleva dentro de la práctica concreta. El uso del lenguaje en la comunicación requiere capturarse en la totalidad de una dinámica incesante y plural, donde no se habla de algo ni a alguien, sino que se habla con alguien; entre alguien y alguien. Considero que la comunicación debe ser ante todo el diálogo circular y retroactivo, donde enunciador y destinatario tiene el mismo papel de acción y reacción sin fomento alguno a la “regla” conversacional.

Bibliografía

Bakhtine, M. (1977). Le marxisme et la philosophie du langage, Paris, Les Editions de Minuit.

Bateson, Gregory (1971) “Comunicación”, en Wikin, Y., ed., La nueva comunicación, Barcelona, Kairós, 1987, pp. 120-150.

Benveniste, É. (1997). Problemas de lingúística general I y II. México, Siglo XXI editores.

Charaudeau, P. (2006). “El contrato comunicativo en una perspectiva lingüística: Normas psicosociales y normas discursivas”, en Opción, abr. 2006, vol. 22, no. 49, p. 38-54.

Escandell, M. V. (1993). Introducción a la pragmática, Barcelona, Ariel.

Jackobson, Roman (1960) “Lingüística y poética” en Ensayos de lingüística General, Barcelona, Ariel, 1984, pp. 347-395.

Linell, P. (1994). Approach Dialogue: Talk, interaction and context in dialogical perspectives, Philadelphia, Jhon Benjamins B.V.

Macovski, Michael. (1997). Dialogue and Critical Discourse, Nueva York, Oxford University Press.